Y por fin la Ley vio la luz. Una amplia mayoría en la Asamblea Nacional Francesa pone en marcha la ley que beneficiará (en sus cotizaciones sociales) a las empresas que paguen 25 céntimos de euro el kilómetro a los empleados que acudan a trabajar en bici. Hace un año era un rumor. Poco contrastado. Luego una apuesta personal de François Hollande y de su ministra de la Ecología Ségolène Royal. Y ahora ya es real.
Estas medidas están englobadas dentro de un gran plan de Transición Energética en el que el Gobierno Francés lleva años trabajando, que incluye, entre otras muchísimas medidas de diversa índole, un gran empujón al vehículo eléctrico. Tratan de reducir a la mitad el consumo de energía para el año 2050. Una meta mucho más ambiciosa que la ya conocida como 20/20/20, en la que los países de la UE se comprometían a reducir un 20% su consumo energético para el 2020.
Seguramente en España existen otros problemas que mantienen ocupadas las atenciones de quienes deciden, pero que esta ley haya visto la luz en nuestro país vecino significa algo más de lo que parece: significa que las cuentas salen, que apostar por una movilidad sostenible no solo es bueno para todos sino que además es económicamente viable para un país, y si es económicamente viable, ya solo hace falta voluntad.
En España hay ejemplos claros como Sevilla, Barcelona, Vitoria, Valencia y ahora Madrid con su sistema municipal de alquiler de bicicletas eléctricas, pero como siempre nos ocurre, tenemos más conciencia de local que de lo global: somos antes de nuestra calle que de nuestro barrio; priorizamos nuestro barrio a nuestra ciudad; es más importante nuestra ciudad que el resto de la provincia; nuestra Provincia debe ir a la cabeza de nuestra Comunidad Autónoma; y preferimos decir que somos de tal o de cual Comunidad antes que decir que somos españoles sin más.
Así, construyendo las cosas en petit comité, tardamos más en llegar a nuestras metas que si lo hiciésemos a lo Fuenteovejuna. Pero algo hemos hecho bien. Hemos subido nuestros traseros a la bici sin saber muy bien por qué. No sabemos si lo hemos hecho porque es sano, porque es económico, porque no contamina o porque está de moda. El caso es que expresa una enorme y unificada voluntad ciudadana de cambiar las cosas. Ya sólo falta voluntad política.
No vale excusarnos diciendo el clásico “es que aquí no hay cultura de bici”, o “nosotros no somos tan europeos”. Cuando las bicis de tu vecino veas rodar, pon las tuyas a engrasar.